Unos amigos se reunieron aprovechando las fiestas navideñas para compartir una noche de alcohol y risas en mitad de un descampado. Como es habitual en este tipo de reuniones sin saber como, empezaron a contar historias de terror y leyendas que conocían.
Sin embargo cuando Alberto comenzó a contar su leyenda todos se quedaron como petrificados:
“En Nochebuena, justamente a las 12 de la noche, el Diablo hace la inspección en la Tierra , la única en el año, así que si queremos verle tiene que ser ese mismo día a esa misma hora. Vete al baño, puesto que es el lugar más propicio para realizar el evento, y cierra la puerta. Enciende 12 velas, a poder ser negras, apaga la luz y sitúate enfrente del espejo. Cuando quede poco para que sean las 12, cierra los ojos y mantenlos cerrados hasta que quede sólo una campanada de las doce que deben sonar. En ese momento el Diablo se aparecerá en el espejo sólo durante un segundo”
Todos se mantuvieron callados por un rato, hasta que Pablo dijo:
- ¿Si tan valiente eres por qué no lo probamos? Dentro de un par de días será Nochebuena, yo mismo pondré las velas.
- Ok, allí nos veremos.
Un par de días después, Alberto se presentó en la casa de Pablo con una bolsa que contenía doce velas negras, una biblia satánica que le habían, un pentagrama con la cabeza de un carnero y una cámara capaz de grabar en la oscuridad.
Alberto entró en la casa de Pablo y sin dirigirle ni una mirada más, pasó al baño de su habitación.
Tal y como había visto en varias páginas de invocaciones de Internet, colocó cinco de las velas en cada una de las puntas del pentagrama, cuatro de ellas a los lados del espejo y las tres restantes junto a la biblia satánica abierta por una página en la que había una especie de invocación o ritual.
La escena del cuarto de baño con el pentagrama iluminado únicamente por la luz de las velas era digno de una película de terror y Pablo a pesar de tener que hacerse el valiente sintió como se le encogía el estómago al pensar que tenía que entrar solo para realizar la invocación.
- Bueno, a partir de aquí te tengo que dejar solo, por si te echas atrás en el último momento y abres los ojos antes de tiempo, te he colocado una cámara de vídeo ¡Mucha suerte, espero que la leyenda no sea cierta porque de lo contrario no creo que lo cuentes! – dijo intentando darle aún más miedo – Yo te espero aquí fuera para que no te de por salir corriendo.
Pablo se encontraba dentro del baño con la luz apagada, faltaba menos de un minuto y ya sentía como las gotas de sudor le caían por la frente. Sin embargo reunió todas sus fuerzas para no salir corriendo y cuando Alberto le avisó cerró los ojos.
Pocos segundos después escuchó la primera campanada del reloj que tenían sus padres en el salón, el miedo que tenía y el silencio era tal que cada una de ellas parecían sonar cada vez más lentas. Al tener los ojos cerrados no percibió que con cada campanada se apagaba una vela, como si el mismo Diablo estuviera consumiendo cada una de ellas al ritmo necesario para que se apagaran simultáneamente a cada uno de los “clang” del reloj. Al sonar la campanada número once, tal y como le había indicado Alberto, Pablo abrió los ojos…
Alberto al otro lado de la puerta del baño esperaba que Pablo se echara atrás y saliera en cualquier momento, pero tras sonar la última campanada todo quedó en silencio. Llamó a su amigo pero no obtenía respuesta, ya había transcurrido más de un minuto y Pablo no salía así que decidió abrir la puerta.
Al abrirla todo estaba a oscuras y sólo se escuchaba una respiración ahogada en el suelo, un fuerte olor a azufre inundaba el lugar y Alberto sintió que algo iba mal. Encendió la luz del baño y se encontró al otro chico con la cara desencajada del miedo mientras se llevaba fuertemente la mano al pecho. De puro terror había sufrido un ataque al corazón y lo único que alcazaba a decir era: “Lo he visto, lo he visto”
Al llegar al hospital los médicos no sabían lo que le ocurría, el corazón parecía estar en perfecto estado, no obstante el chico se encontraba en una especie de shock y no hablaba con nadie, salvo para repetir una y otra vez que “lo había visto”.
Alberto por su parte nunca se atrevió a ver lo que contenía la cinta y decidió tirarla a la basura junto a los objetos que se habían usado en la invocación.
Quien sabe si algún día alguien la encontrará y podrá presenciar que fue lo que vio Pablo antes de que se apagara la última vela. Por su parte Pablo sabe que volverá a ver al Diablo el día que muera, ya que éste vendrá a reclamar su alma en persona.